domingo, agosto 19, 2007

sábado, agosto 18, 2007

La ciudadanía intercultural y la transformación de la comunidad política en Chile: Perspectivas y desafíos





(Foto: A.Bello)


Presentación
La interculturalidad es hoy día una de las perspectivas más polémicas en cuanto al conjunto de propuestas existentes para organizar y administrar las diferencias culturales en las sociedades diversas. Surge como una alternativa al multiculturalismo pues más allá de su centralidad en los procesos educativos bilingües representa un conjunto de posturas éticas, acciones o posibilidades de acción que el multiculturalismo en su versión más común, salvo algunas excepciones, no considera. En Chile existe aún déficit en el debate respecto de cómo pensar una sociedad diversa, el reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas puede ser un punto de partida pero es insuficientes pues lo que se requiere es incentivar procesos que vayan más allá de los derechos indígenas y que sobre todo incluyan al resto de la sociedad, también a los migrantes, a los afrodescendientes y a los diversos grupos que conviven en nuestra sociedad. Se requiere pensar la interculturalidad no sólo como una enfoque, estrategia o mirada sobre “culturas en contacto” sino sobre todo como un elementos central de la construcción de la ciudadanía que involucre el conjunto de los aspectos que regulan o mediatizan la convivencia social dentro del marco de una comunidad política, esto es una perspectiva que involucre las esferas de lo social, los económico y lo político. Lo que se pretende en definitiva es que la interculturalidad no sea sólo un enfoque sino también una praxis.


La interculturalidad y sus avatares
La inclusión de la interculturalidad en el debate de la actual asamblea constituyente de Bolivia y de la próxima asamblea constituyente de Ecuador muestra la actualidad que esta perspectiva tiene hoy en día en los distintos contextos políticos y sociales del continente. Es también una muestra de la conciencia que existe en algunos sectores del mundo indígena en América Latina respecto de las diferencias entre la interculturalidad y otros enfoques o propuestas para administrar las diferencias culturales en sociedades diversas.


El enfoque intercultural entró en América Latina a mediados de los años setenta de la mano de la educación con la llamada EBI o EIB. Desde el principio se trató de un enfoque construido en el marco de una estrategia ciudadana, es decir desde la base, con afanes liberadores y de transformación social. Por lo tanto desde el principio tuvo un afán político que buscó insertarse en la acción colectiva incluso más allá del ámbito educativo. Ligada a la educación popular, la interculturalidad contribuyó en varios países a la reconstrucción de lo étnico, a la visibilización de las demandas por los derechos indígenas y a la reformulación de la educación en contextos de diversidad cultural.



Con el tiempo la interculturalidad se fue tecnificando y perdiendo su significación política, liberadora y transformadora, en la medida que se convirtió en un enfoque, en una técnica o en una perspectiva que había perdido la capacidad de interpretar la realidad y sus necesarias transformaciones. Este agotamiento de la interculturalidad se relacionó también con el uso sesgado que comenzaron hacer los programas de EBI provenientes de las políticas públicas de los gobiernos y los Estados, que lo despojaron de sus perspectivas más políticas.

En este proceso la interculturalidad se volvió confusa y el excesivo énfasis en la cultura, en desmedro de las esferas sociales, económicas y políticas, lo volvió un concepto que, al igual que otros, como multiculturalismo, pluriculturalidad, etc. no lograba dar cuenta de los procesos que decía abordar. Comenzó asimismo una creciente confusión con los planos que la interculturalidad aborda. Así, y al igual que con el multiculturalismo, comenzó confundirse en discurso que el estado tiene con el discurso filosófico y político de la interculturalidad. Al mismo tiempo se comenzaron a confundir las relaciones interculturales, es decir las prácticas concretas de los sujetos, con las perspectivas para su análisis, con los discursos políticos sobre ella, con las políticas públicas interculturales, con el análisis jurídico y con los esquemas normativos.


Todo esto ha hecho que hasta épocas recientes la perspectiva intercultural haya comenzado a ser rechazada por algunos sectores quienes le acusan de ser una perspectiva neocolonialista que sólo busca la reorganización de las sociedades diversas desde el interés y la perspectiva de los grupos hegemónicos no indígenas, este hecho se resumiría en la idea de que la interculturalidad es sólo para los indígenas o en la visión de que la interculturalidad es un neo indigenismo.

Pese a todo, la interculturalidad ha superado su propio marco de contención y hoy más que un enfoque o una metodología es, en primer lugar, una forma de mirar la realidad de nuestros países cruzados por una diversidad cultural estructural. Incluso se puede decir que frente a la evidencia empírica que representa la realidad culturalmente diversa de la mayor parte de los países de América Latina la interculturalidad puede entenderse como una perspectiva que puede ayudar a comprender, pensar y organizar nuestra realidad.

Indudablemente hay países o regiones donde esta evidencia es más clara que en otros y por lo tanto su estatus y sus alcances son distintos. Las diferencias que existen entre uno y otro nos hablan del carácter del estado, de las dinámicas sociales internas, del peso político de los movimientos sociales indígenas y sin duda, aunque este no debiera ser un elemento tan central, del peso demográfico de quienes “representan la diferencia”.

Hacia un enfoque político de interculturalidad
La trascendencia de la interculturalidad hacia las esferas de lo social y lo político, o más bien el reconocimiento de que la interculturalidad debe ser un hecho que involucre la cuestión de la convivencia social en su conjunto, pasa necesariamente por pensar en una redefinición del carácter de la comunidad política, su construcción y mantención, entendiendo la comunidad política como la constitución de un ámbito o dominio que permite mantener la cohesión de una comunidad frente a otra. Por lo mismo, la comunidad política no es sólo una comunidad de necesidades (económicas), o de intereses únicamente instrumentales, sino que también una comunidad de pertenencia o, como se decía antiguamente, de destino común, forjada desde la imposición, construida desde arriba, por un grupo específico de la sociedad o a partir de un consenso activo y hegemónico. Ello ha dado como resultado la existencia de distintas formas de comunidad política, o de ámbitos o dominios, donde la más conocida y difundida es la del estado-nación.

Pero una comunidad política no se sustenta por si sola sino que a partir de un tejido social cohesionado y estable, al menos eso es lo que plantea la teoría. La realización de la comunidad política sólo es posible a partir de la existencia procesos hegemónicos de inclusión y pertenencia de los sujetos a ella. Es la idea o el sentimiento de inclusión el que le da legitimidad a dicha comunidad y es esta legitimidad la que le otorga eficacia para mantenerse a través del tiempo. Como lo han indicado algunos autores (Stavenhagen 2001, 2002), la idea de estado-nación contiene por si misma dicha condición de legitimidad: la de ciudadanía como forma de inclusión en la comunidad política. Desde el siglo XIX la ciudadanía ha sido la principal forma de integración e inclusión de los sujetos en la comunidad política de los países latinoamericanos.

La interculturalidad y el multiculturalismo en el proceso ciudadanizador
En este juego de transformaciones es fácil caer una lógica voluntarista y retórica si no se consideran las condiciones para que la interculturalidad no sea sólo un enfoque sino más bien parte de una praxis política transformadora del estado y las relaciones sociales, y aquí es donde no da lo mismo la interculturalidad que la multiculturalidad pues si bien ambas abordan el problema de la convivencia intercultural se diferencian en el énfasis de los cambios que se requieren para enfrentar los problemas de la diversidad cultural y en el lugar que ambas otorgan a las relaciones de poder, a la subordinación y el papel de los grupos hegemónicos en la reproducción de las desigualdades.
La ausencia de un análisis mayor sobre estos procesos es lo que permite que en algunos países sea posible hablar de multiculturalismo o de diversidad cultural sin que ello afecte las estructuras y mecanismos de dominación basados en la cultura y las diferencias identitarias. Mientras el multiculturalismo, en su versión liberal, busca abordar las diferencias culturales a través del reconocimiento simple y la tolerancia, sin afectar los mecanismos que producen desigualdades, la interculturalidad aspira a transformar dichos mecanismos a través del desarrollo de una ciudadanía diferenciada. Nos referimos por cierto al multiculturalismo normativo derivado de la propuesta liberal (Bello 2004: 194-199). También Zizek (1997), ha planteado algunas "sospechas" acerca de los verdaderos alcances del multiculturalismo liberal. No obstante es necesario reconocer que existen diversas corrientes de multiculturalismo, una de ellas, es la desarrollada por el norteamericano Peter McLaren y denominada por el mismo “multiculturalismo crítico” que se acerca de manera distinta al fenómeno de la multiculturalidad, como lo ha señalado Williamson (2004).






Mientras el multiculturalismo en algunos países aspira a transformarse en una versión renovada del paradigma de la aculturación, un neo-indigenismo, la interculturalidad busca la valorización de las diferencias culturales otorgándoles un lugar central dentro de las nuevas formas de convivencia política.

Para algunos autores, el multiculturalismo normativo está lejos de ser la solución a los problemas de las sociedades diversas o plurales pues consideran que el multiculturalismo no es otra cosa que el maquillaje cultural del neoliberalismo, su “coartada cultural”, señala Vázquez (2003: 51). El multiculturalismo, según esta crítica sería un criterio de desempeño para el liberalismo económico, una forma de hacer más eficiente las reformas económicas que afectan a las grandes mayorías y a los sectores más excluidos, buscando el compromiso de los sujetos o una mínima respuesta positiva a los cambios y transformaciones que se están operando. Asimismo, en América Latina, el multiculturalismo sería una respuesta retórica del estado y los grupos de poder frente a los levantamientos, rebeliones, movilizaciones, desacuerdos, demandas y malestares manifestados por los indígenas y sus organizaciones.

Mientras el multiculturalismo es una respuesta al “problema de los migrantes” como es el caso de los países europeos por ejemplo, la interculturalidad asume la diversidad que genera la migración como un hecho valorable, que contribuye al enriquecimiento social y cultural de una nación y que debe estar sujeto al cumplimiento de derechos. Algunos estados “hacen la distinción entre nacionales y extranjeros, en virtud de la cual sólo tienen plenitud identitaria (etnoculturalidad) y sólo pueden disfrutar plenamente su condición de ciudadanos sujetos de derecho los que poseen la nacionalidad” señala Etxeberría (2000: 120).

La diferencia fundamental entre los dos conceptos reside en que la interculturalidad, se refiere al contacto o relación entre culturas diferentes y es ante todo, como señalan Albó y Barrios (2006), la relación entre personas y grupos de personas con identidades culturales distintas, la interculturalidad, agregan los autores, “incluye también las relaciones y actitudes de estas mismas personas con referencia a elementos de otras culturas; y, a un nivel ulterior más abstracto, las comparaciones y combinaciones entre dos o más sistemas culturales” (Albó y Barrios 2006: 51). En esta misma línea Bartolomé señala que la interculturalidad debe ser entendida “como la puesta en relación de miembros de diferentes culturas, así como a los mecanismos sociales necesarios para lograr una comunicación eficiente, sin que ninguno de los participantes se vea obligado a renunciar a su singularidad para lograrlo” (Bartolomé 2006: 124).

A estas perspectivas que definen lo que caracteriza a las relaciones interculturales, se debe agregar la idea de una “interculturalidad en acción”, esto es un concepto y un ethos que pretende transformar las relaciones de desigualdad derivadas de las diferencias culturales. Al ocuparse de las relaciones sociales, la interculturalidad aborda las condiciones, los mecanismos y las estructuras que están en su base y que permiten la reproducción de las desigualdades derivadas de la cultura en las esferas económicas, políticas y sociales. Las relaciones entre culturas son el producto de construcciones sociales desarrolladas a lo largo del tiempo, naturalizadas a través de un habitus productor de creencias y disposiciones profundas y articuladas por relaciones económicas y políticas en las que prevalecen o se manifiestan relaciones de subordinación, discriminación, racismo o exclusión.

Aunque algunos autores han señalado la posibilidad de superar las desigualdades derivadas de la cultura a través de una lógica dialógica (Parekh 2000) o a través del reconocimiento de la dignidad del otro (Taylor 2001), lo cierto es que las relaciones interculturales no se dan en un plano ideal donde los sujetos sociales concurran de manera voluntaria a la resolución o reconocimiento moral de las desigualdades. Por el contrario, el diálogo intercultural está contaminado por una “indescifrable jerarquización de una cultura sobre otra”, señala Cardoso de Oliveira (1998:36-39). Dichas jerarquizaciones se dan a partir de relaciones de clase y de procesos históricos de racialización que circulan a través de éstas. Desde este punto de vista se reconoce que el diálogo intercultural no borra por si mismo las desigualdades existentes entre el polo dominante y el polo subordinado de la relación pero hace consciente a los actores del escenario en que se mueven ambos e impulsa la promoción de prácticas tangiblemente democráticas y no solo discursivas o retóricas.

En definitiva, la interculturalidad no es sólo el acto de reconocimiento de un “otro” como distinto sino el proceso de activo reconocimiento de su legitimidad como distinto. La relación intercultural meditada y planificada en el contexto de la educación, por ejemplo, pretende un diálogo no coercitivo. El diálogo intercultural requiere del consentimiento y la aceptación mutua de la relación y no de una imposición afirmada en la creencia de que la sola relación o contacto provocará efectos positivos o benéficos para el otro. Este fue uno de los propósitos de la “asimilación planificada” contenida en el indigenismo de Estado, que creía que el sólo contacto con la “cultura mayor” era un beneficio para los pueblos indígenas.

Posibles desafíos de la interculturalidad en Chile
De esta manera planteamos que en el contexto chileno los desafíos para la interculturalidad en Chile son:

La recuperación de su densidad política en tanto perspectiva y proceso liberador que busca la transformación social.
El desbordamiento de su influencia en el plano de la educación para ir hacia otros planos como en el caso de Bolivia, donde la interculturalidad es parte de una discusión sobre el sentido que debe tener el estado.

La necesidad de pensar la diversidad cultural, la interculturalidad y las diferencias culturales no sólo respeto de lo indígena sino desde las distintas perspectivas de los grupos existentes en el seno de la sociedad.

La posibilidad de reconocer y profundizar los alcances de los derechos indígenas como parte de
un engranaje de la construcción de una nueva ciudadanía, de una democracia radical, participativa.

Que contribuya a la ampliación de las actuales concepciones de ciudadanía lo que implica el reconocimiento de todos los sectores de la sociedad desde sus especificidades y demandas propias.

Que aporte al rediseño del estado chileno en cuanto su estructuras de representación, participación, administración y procesos de gobernanza.

jueves, agosto 16, 2007

Un desconocido silba en el bosque, Jorge Teillier

(Foto: A. Bello)

Un desconocido silba en el bosque.
Los patios se llenan de niebla.
El padre lee un cuento de hadas
y el hermano muerto escucha tras la puerta.

Se apaga en la ventana la bujía que nos señalaba el camino.
No hallábamos la hora de volver a casa,
pero nos detenemos sin saber donde ir
cuando un desconocido silba en el bosque.

Detrás de nuestros párpados surge el invierno
trayendo una nieve que no es de este mundo
y que borra nuestras huellas y las huellas del sol
cuando un desconocido silba en el bosque.

Debíamos decir que ya no nos esperen,
pero hemos cambiado de lenguaje
y nadie podrá comprender a los que oímos
a un desconocido silbar en el bosque.