jueves, julio 24, 2008

La globalización y los pueblos indígenas

Por Álvaro Bello M.[1]


La globalización es para algunos el proceso de interdependencia de las relaciones económicas, los flujos comerciales y financieros que ocurren en diferentes partes de planeta. Globalización es también la interconexión de los flujos de información, su difusión y sus múltiples expresiones con equivalencias u homologaciones en lugares apartados y aparentemente no conectados de la tierra. Para los más entusiastas la globalización es un proceso de difusión de la cultura y de un lenguaje común que tiende a aplanar las diferencias estandarizando a las sociedades y culturas nacionales. Para otros, esta estandarización constituye un peligro para las culturas locales, las identidades sociales y las formas de vida que no encuentran cabida dentro del marco actual de la globalización económica. Esto es lo que ocurre por ejemplo con los pueblos indígenas y sus demandas por reconocimiento.

Las demandas de los pueblos indígenas están estrechamente ligadas a los procesos de globalización en al menos dos sentidos o direcciones. Por una parte, la globalización económica afecta directamente los derechos, recursos y condiciones de vida de amplios sectores de la humanidad como los pueblos indígenas, los que debido a su exclusión histórica ingresan a la globalización en condiciones desventajosas y claramente negativas. Desde esta perspectiva, la globalización viene a debilitar los avances registrados hasta ahora en materia de derechos humanos universalmente reconocidos y el avance en el reconocimiento de derechos específicos exigidos por estos grupos. La dinámica económica de la globalización tiende a privilegiar los intereses de los actores que sustentan el poder político y económico, los consorcios transnacionales y las corporaciones, que son quienes proponen o imponen los términos del intercambio neoliberal donde amplios sectores son marginados o incluidos de manera subordinada. El ejemplo más clásico de los núcleos de poder donde se “organiza” la globalización económica se encuentra en las directrices impuestas por el FMI o el Foro de Davos o por los mecanismos que estipulan los tratados de libre comercio entre países pobres y países ricos.

Pese a todo, los pueblos indígenas, así como un conjunto de otros actores sociales, buscan diversas estrategias para representar su descontento con las condiciones actuales de la globalización económica y sus implicancias políticas, en la medida que han percibido y denunciado dichos procesos como contrarios a sus intereses y demandas.

El segundo modo en que se presenta la globalización y que es paralelo al anterior plantea una paradoja. La globalización, o algunas de sus consecuencias, se han convertido en el principal espacio y vehículo para la difusión de los derechos de los pueblos indígenas, así como de los derechos humanos en general. En la medida que la globalización ha hecho evidente la desigualdades y los desequilibrios, sociales, políticos y económicos, ha surgido una preocupación internacional de diferentes sectores, organizaciones y organismos internacionales que buscan contrapesar la balanza, inclinada hacia los poderes de la globalización económica, a favor de quienes sufren sus consecuencias negativas. Al mismo tiempo, la difusión de los derechos económicos, sociales y culturales (DESC) y el desplazamiento de la cultura hacia el ámbito de la política y la economía plantean un nuevo escenario que favorece la construcción de discursos y acciones que van a la búsqueda de los nuevos significados del ser indígena. Por lo tanto, la conciencia indígena actual y las identidades reconstruidas son fruto de la globalización sustentada en la revalorización del pasado y en la reconstrucción de los símbolos de una pertenencia colectiva. Esta conciencia aboga por derechos específicos dentro de un contexto de reorganización del Estado y de predominio creciente del mercado en todas las esferas de la vida social.

Frente a este cuadro se puede decir que la lucha de los pueblos indígenas es una lucha moderna, pues encadena los procesos y problemas actuales con la tradición y el pasado, para luego reformularlos y buscar nuevos espacios de poder, participación y reconocimiento en el marco de una renovada comunidad política, constituida sobre las tensiones que provocan la desigualdad y la exclusión generadas por el neoliberalismo.

En muchos países, se ha relevado el carácter económico de la globalización, mientras que la cultura, las transformaciones sociales y los derechos humanos parecen quedar relegados a un segundo plano. Tal es así que las relaciones internacionales se llevan a cabo ya no entre Estados sino que entre “economías”. Las economías de Asia-Pacífico con las economías del cono sur por ejemplo. Asimismo, los grandes tratados entre países se reducen casi exclusivamente a la dimensión económica, particularmente a la liberalización de los mercados y las finanzas. Los tratados de libre comercio por ejemplo, detallan las formas de liberar los mercados, las rebajas de aranceles o las condiciones de producción y comercialización de determinados productos o áreas productivas, pero no se hacen cargo de los impactos sociales, culturales o ambientales que tales normativas o condiciones de comercio tienen en los países contratantes.

De esta manera, la versión unívoca de la globalización excluye aquellas otras voces que hablan de derechos, cultura o democratización. Así los sujetos de carne y hueso, los ciudadanos, encuentran en la globalización una versión única, estática y controlada de la globalización, donde el único acceso posible es a través de la puerta del consumo y la interconexión a la red digital. La “confianza digital” o la “nueva alfabetización” que se busca a través de la Internet es una forma distinta de ciudadanización, de integración o pertenencia, pus se cree que a través de ella es posible equilibrar las diferencias en el acceso a la información, en los procesos educativos y en el conocimiento de los procesos globales. Sin embargo esta nueva “alfabetización” dista mucho de ser democrática, pues no considera la brecha digital entre los países ricos y los pobres, tampoco considera los límites que tiene la interconexión digital por sobre las redes sociales cara a cara.

Lo claro es que la globalización económica encuentra sus límites ahí donde los ciudadanos exigen más derechos, reconocimiento, participación, inclusión y democracia. Es en estas demandas y reclamos donde queda de manifiesto que las personas no son el depósito de los muchas veces cuestionables “beneficios” de la globalización económica sino sujetos que desde sus comunidades y su cotidiano buscan ampliar sus derechos frente al Estado, las transnacionales y el ubicuo mercado. Frente a la marea globalizadora las personas buscan ser ciudadanos con poder y con derechos a través de los cuales ser arquitectos de su propio destino.

Des esta forma, la exigencia de derechos colectivos, de autonomía y autodeterminación, por parte de los pueblos indígenas, es una manifestación de la contracorriente de la globalización, se trata de “la otra globalización”, la de los derechos humanos y la diversidad, la de los ciudadanos y la sociedad civil. Porque finalmente no se trata de negar la globalización. La globalización es un proceso en curso, que según algunos autores, tiene su comienzo en el siglo XVI o más tardamente, en el siglo XIX. El problema no es la globalización por si misma sino su orientación predominante y la forma en que está siendo gobernada, muchas veces en contra de los intereses de las mayorías. Más globalización es más derechos y más beneficios para todos pero a condición de frenar el afán por darle un carácter netamente económico y mercantil. Aumentar la globalización significa incrementar la conciencia universal acerca de la crisis ambiental, es mundializar la preocupación por las desigualdades, la pobreza y el hambre en el mundo. Más globalización se refiere a la confirmación de la existencia de valores universales que no se contraponen a los significados y valores locales y particulares.



[1] Publicado en Construyendo un futuro, Conclusiones 2006 de la I Cumbre de Jóvenes Iberoamericanos, España, 2007.